En la última sesión de la materia y último
día de clases presenciales del máster, hablamos sobre la motivación, la aptitud
y la multicompetencia. La presentación comenzó con una reflexión
sobre qué se requiere para la enseñanza de lenguas. Me pareció que los
elementos más interesantes, además de técnica, recursos e investigación (en el
sentido de que siempre debemos explorar para innovar en cuestión de
metodologías, creación de materiales y perspectivas didácticas) fueron las
tablas por parte del docente y la voluntad del público, o sea, del alumnado. Por
un lado, volvimos a concluir que para cualquier profesor, aunque unos tienen
más cualidades innatas que otros, es la experiencia la que lo enseña a
comunicarse adecuadamente con sus alumnos, a gestionar una clase y a lidiar con distintos tipos de problemas derivados del contexto educativo.
Las tablas se van ganando con el tiempo y creo que se nota cuando un profesor
es “novato” o ya cuenta con experiencia docente. No obstante, creo que hay
muchos profesores que podrían haber elegido otra carrera profesional, pues
desgraciadamente he visto docentes que, por muy “expertos” que fuesen en su
materia correspondiente, no tenían suficiente capacidad para transmitir
conocimientos y mucho menos para hacer que los alumnos aprendieran por ellos
mismos de forma constructiva. Y es que enseñar implica adaptarse a una gran
variedad de circunstancias: el alumnado que tenemos, su actitud y motivación,
el centro donde trabajamos, el nivel de los alumnos respecto a una materia,
distintos tipos de inteligencia entre nuestros aprendices, etc. En segundo lugar, recalquemos la importancia
de la motivación del alumno. ¿Cuánto más fácil no es aprender para el alumno que está motivado que para aquel al que no le
interesa lo que está aprendiendo? Es más, hay alumnos que crean una barrera
difícil de franquear que impide su aprendizaje. Esa barrera es la de la falta
de interés y de motivación. Habrá casos que tal vez no podamos solventar y nos
sea prácticamente imposible hacer que un alumno aprenda algo, pero creo que es
con esos alumnos con los que debemos poner toda la carne en el asador,
intentando por todos los medios que su motivación mejore, ni que sea,
ligeramente.
Tradicionalmente se medía la motivación por
su cantidad; es decir, un alumno estaba muy, poco o nada motivado y la
motivación era intrínseca, o sea, venía de dentro del propio individuo. Con
el paso de los años se han ido considerando factores externos al alumno, como
el contexto, que sí influye en la motivación, por lo que hoy en día los
aspectos sociales son considerados un factor clave y se puede hablar de
motivación social. Dörnyei, entre otros teóricos, subraya que la motivación es
dinámica, que varía en distintos momentos, por lo que no es estable o
inmodificable. Por otro lado, aunque no todo el rendimiento de un alumno se
basa en la motivación, hay un porcentaje significativo en cuanto a su
incidencia en los resultados académicos. Así pues, los estudios más recientes
tienden a hablar de la calidad de la motivación, y no de la cantidad.
Como profesores debemos cultivar actitudes de
simpatía e interés hacia grupos diversos de L2 presentando materiales
culturales atractivos. Esto nos remite a los conceptos de motivación
integradora y competencia intercultural. Michael Byram subraya la importancia
de tratar la dimensión cultural, pero más allá de introducir a los alumnos
elementos culturales de la L2, destaca la idea de generar en el alumno esa
competencia intercultural de adaptarse a situaciones comunicativas en contextos
culturales ajenos al nuestro propio usando estrategias de mediación. El alumno
debe descubrir nuevas identidades sociales para poder lograr el entendimiento y
superar malentendidos transculturales. Desmitifica igualmente el concepto de
hablante nativo como modelo a imitar, puesto que lo que queremos formar son
usuarios competentes de una L2 que se adapten a las fronteras entre varias
lenguas. Esto me parece muy interesante, ya que hoy en día, no solo la
pluralidad etnográfica y la internacionalización que caracterizan a la sociedad
hacen de nuestro mundo un contexto multicultural, sino que la facilidad que
tenemos para viajar e interactuar con hablantes no nativos de una L2
(especialmente en el caso del inglés que se ha ido imponiendo como lingua
franca) hace que usemos la L2 en intercambios comunicativos diversos, no solo
con nativos.
Ante esta realidad, como docentes tenemos la responsabilidad de
intentar generar interés y empatía hacia “el otro”, hacia identidades diversas
que presentan diferencias con respecto a nuestra cultura y que no por ello
deben ser rechazadas. En clase de lengua extranjera podemos fijarnos como
objetivo conseguir que los alumnos sepan reaccionar ante situaciones inesperadas
o poco comunes con hablantes de otras lenguas, siempre desde el respeto y la
adaptabilidad. Podemos hacer que los alumnos analicen realidades culturales
distintas, comparando (encontrando similitudes y diferencias), desmitifiquen
estereotipos o ideas prefijadas sobre esa otra cultura y desarrollen una
actitud crítica hacia temas socio-culturales. Todo ello pienso que contribuye a
desactivar alguna posible actitud de rechazo inicial. Si además lo hacemos
mediante tareas dinámicas o proyectos, donde potenciemos el contacto personal con
otras personas de L2 (por medio de chats, de videoconferencias, intercambios de
mensajes…) puede ser una forma muy buena de que el aprendizaje sea más
memorable y se creen sensaciones personales positivas que contribuirán a la motivación
hacia la materia. Os dejo un link a un artículo de Michael Byram sobre la evaluación de la competencia intercultural en la enseñanza de lenguas.
La motivación, como analizamos, puede ser
intrínseca, cuando el alumno experimenta a través del aprendizaje un disfrute
personal. Esto nos facilita mucho la tarea a los profesores. Puede ser
intrínseca pero basada en el interés de obtener resultados para la propia
satisfacción personal que se consigue fijándose metas y esforzándose. También
puede generarse gracias a tareas que satisfagan personalmente a los alumnos;
por ejemplo si les pedimos a los alumnos que escriban sobre algo que les
apetece o si fijamos un objetivo lingüístico relativamente fácil de alcanzar,
para que puedan experimentar la sensación de logro. Factores que influirán en
la motivación intrínseca serán la mayor o menor toma de control (si no
imponemos y dejamos que los alumnos participen de nuestras decisiones y
elijan, será más motivador), la forma en que damos feedback (correcciones,
comentarios, evaluación), la monitorización y el control del interés que vamos
percibiendo en los alumnos según qué temas o tareas proponemos, así como lo mucho o
poco que conozcamos a nuestros alumnos (cuanto más los conozcamos y sepamos qué
les interesa, mejor).
Igualmente, hay casos de motivación
identificada en que el alumno es consciente de sus carencias o puntos débiles y
por ello se esfuerza en mejorar algo más concretamente. Serían los casos en que
uno no se rinde ante la dificultad, sino que esta supone un reto positivo que
lo ayudará a mejorar. Por otro lado, la motivación extrínseca es la que se
genera a partir de factores externos al “yo”, como la obtención de notas o
buenas puntuaciones en una prueba o tarea de aula. ¿Todos los alumnos
reaccionan mejor cuando un ejercicio o tarea son evaluables? No lo creo. Hay
perfiles de alumnos que definitivamente sí, pues se preocupan por la nota y por
demostrar que han adquirido muchos conocimientos y competencias. Pero no se
aplica a todos los casos. Además, si estamos evaluando (o así lo reflejamos)
todo lo que se les pide a los alumnos puede generar un elemento de presión
negativo y alejar en gran medida la experiencia educativa de aquello que
consideramos una vivencia personal positiva, lo cual puede no beneficiarnos.
Por ello, la opción que se propone es la de diversificar opciones, variar el
tipo de feedback e incluso (algo que nunca se me habría ocurrido) plantear
tareas anónimas, que además nos pueden servir para detectar déficits o puntos
fuertes en nuestros alumnos para saber si un objetivo se ha conseguido o no,
sin que el alumno sienta el miedo a manifestar sus errores.
Hay alumnos que intentan imitar al hablante
de L2, considerándolo el modelo a seguir, por ejemplo comunicándose con un
hablante nativo en la lengua del otro y consiguiendo que la comunicación se
produzca. Lo positivo de estos perfiles es que hay una finalidad funcional en
el aprendizaje de la lengua, dándole a esta una dimensión real y útil para la
vida misma. Luego tenemos alumnos que simplemente no están motivados porque no
le ven utilidad al aprendizaje de la lengua o porque no identifican qué les
impide mejorar su nivel de lengua. En estos casos debemos ofrecer estrategias
que aumenten su capacidad de auto-regulación y darles herramientas para que
puedan mejorar. Proponer una tarea que sea fácil y que sabemos que van a poder
conseguir hacer, por ejemplo, puede
ayudar a que sientan que pueden hacer las cosas bien. Otra opción es buscar
temas o actividades que les interesen para así motivarlos y conseguir que se involucren y
se esfuercen más.
La clave está en poner en práctica todos los tipos de
motivación; combinarlos según el perfil del estudiante. Las conexiones
personales y la empatía pueden ser muy efectivas con algunos alumnos y en
general, cuanto más relacionados estén los temas con sus vidas y realidades,
más fácil será generar interés entre ellos. Lógicamente, sabremos motivar si nosotros
mismos estamos motivados y si tenemos interés en conocer a nuestros alumnos.
Entre los mandamientos de la motivación de Dörnyei están el componente afectivo
y la creación de un buen ambiente en el aula, la creación de actividades
estimulantes, la obtención de metas específicas, potenciar la autoestima y
auto confianza del alumno, promover la cooperación, fomentar la autonomía del
alumno, aumentar las expectativas de éxito y ayudar a que los alumnos sean
realistas sobre su aprendizaje. Ahora bien, cada alumno tiene unas aptitudes
que no son compartidas por el resto de la clase.
¿Debemos pensar que hay alumnos que tienen
ese don de lenguas y aquellos que no poco pueden hacer para mejorar? Los
estudios han demostrado que sí hay un porcentaje de aptitudes naturales que
inciden en la facilidad o la rapidez para aprender una lengua. Hay dos
habilidades claves: la memoria y la habilidad analítica. A quien las tenga le
será más fácil aprender una lengua, pero no olvidemos que la aptitud es multidimensional.
La memoria evidentemente facilita la adquisición de vocabulario en fases
iniciales y de estructuras gramaticales en fases posteriores. Es más útil a la
hora de establecer reglas formales y aplicarlas, sin que afecte tanto a los
aspectos semánticos. La capacidad analítica, por su parte, no se ha estudiado
tanto, pero progresivamente va adquiriendo más importancia en la investigación
de la enseñanza de lenguas. Desde luego, podemos ayudar a desarrollarla en
nuestros alumnos, presentando ejercicios donde tengan que analizar aspectos de
la lengua y presentando la gramática mediante procedimientos inductivos, en detrimento de los deductivos (más tradicionales).
A la hora de planificar un programa, debemos
diseñar actividades que requieran distintas competencias por parte de los
alumnos y variar mucho las tareas. Creo que debemos valorar los esfuerzos de
los alumnos y evitar que se comparen con los que tienen más nivel y se centren
en mejorar a nivel individual progresivamente. Cuando tenemos un número elevado
de alumnos en la misma clase es difícil elegir un método que satisfaga las necesidades
de todos o se adapte a las distintas aptitudes. No obstante, lo primero es
analizar qué tipo de alumnos tenemos y a partir de ahí diseñar nuestras
estrategias.
En cuanto a la multicompetencia, me parece
interesante resaltar la idea de que no debemos compararnos con el hablante
monolingüe de L1, sino aprovechar la ventaja de que los que somos usuarios de
una L2 tenemos un repertorio lingüístico más amplio y unas habilidades
cognitivas más desarrolladas. Si no somos hablantes de una lengua por
nacimiento (nativos) aunque lleguemos a ser usuarios de una L2 con un alto
nivel de competencia nunca vamos a ser totalmente bilingües y no tiene sentido
pretender hablar inglés como un británico o americano monolingüe. Además, ¿qué
modelo de nativo de una L2 deberíamos establecer? Como en muchas lenguas, el
inglés tiene muchas variedades lingüísticas y creo que como profesores debemos
traer la variedad al aula, para aumentar la competencia en distintos contextos,
con distintos hablantes. Los no nativos, aunque podamos haber adquirido, por
nuestras propias condiciones de aprendizaje de L2, un inglés más británico o
más americano (también podríamos haber vivido muchos años en Sudáfrica,
Australia, Canadá, etc), no tenemos por qué imponer un inglés estándar a
nuestros alumnos. En general, o al menos hasta ahora, en los libros de texto
(los usados en nuestro país) instruyen en inglés británico; pero si nos vamos a
materiales reales y ejemplos reales de lengua veremos que no siempre se usa un
inglés estándar. Es más, tendríamos que entrar a debatir si existe tal concepto
y si así fuera, cuál sería (¿el inglés de The Queen of England o de la BBC?).
Entraríamos pues en un conflicto de jerarquías socioculturales y sociopolíticas
donde no una variedad lingüística tiene que primar sobre la otra. Ahora bien,
si como usuarios de L2 los profesores nos sentimos cómodos hablando un inglés
que se acerca más al británico, será esa variedad la que empleemos en clase.
Eso no quita que no podamos referirnos a las diferencias léxicas o gramaticales:
“Esto se dice en inglés británico, pero podéis encontraros con este otro
término, pues se usa más en inglés americano”. Esta no deja de ser mi opinión,
pero creo rotundamente que es positivo exponer a los alumnos a distintas variedades
de la lengua. En cualquier caso, en lo relativo a la pronunciación, creo que a
veces pecamos de ser demasiado exigentes (yo, por lo menos) pretendiendo que la
pronunciación de los alumnos se acerque lo máximo posible a la del hablante
nativo. Esto no es realmente necesario y puede ser muy frustrante para los alumnos.
Más bien, creo que deberíamos corregir aquellos casos en los que la
inteligibilidad se ve perjudicada por una mala pronunciación. No obstante,
defiendo totalmente la enseñanza de la fonética y el trabajo de los patrones de
enlace de palabras y entonación de frases.
Además de la presentación de este nuevo tema
que hemos analizado, pudimos escuchar las interesantes presentaciones de las
compañeras. Elisa nos presentó un artículo
sobre la multicompetencia, donde se volvió a poner de relieve el estatus
privilegiado de una persona conocedora de dos lenguas y donde se habló de las
desventajas (en cierto sentido) de un profesor nativo que no conoce los
mecanismos de la L1 ni puede entender ciertos errores o transferencias, a la vez que puede llegar a marcar objetivos
poco realistas.
Adriana y yo nos centramos en la elaboración
y análisis de exámenes, centrándose mi presentación en el diseño de las pruebas
certificativas y las competencias que miden. De mi propia presentación me
gustaría resaltar que la fiabilidad y validez de un examen certificativo puede
medirse con instrumentos de medición matemática automáticos que determinan la
validez de los ítems: respuestas acertadas, correctas, el número de veces que
se ha seleccionado una opción errónea o respuestas que no han sido
seleccionadas (por lo que en este caso perderían su validez como distractores
de la respuesta correcta). También me sorprendió que se realizaran pilotajes
antes de aplicar de forma real el test para analizarlos y evaluar los resultados.
Me hizo reflexionar bastante sobre la supuesta adaptación al Marco Común Europeo de Referencia para las Lenguas en cuanto a la medición de competencias lingüísticas,
pues no creo que los exámenes certificativos nacionales sean realmente similares
a los internacionales; sin ir más lejos los de la Escuela Oficial de Idiomas.
Igualmente, creo que me ha abierto los ojos en cuanto al cuidado que debemos tener a la hora de elaborar exámenes, los propios ítems y las instrucciones para la realización de tareas. Hay que pensar bien si el ejercicio mide eficazmente lo que pretendemos evaluar y debemos evitar ambigüedades en las instrucciones. Por otro lado, las tareas de corrección menos objetiva son difíciles de evaluar y debemos intentar seleccionar criterios de evaluación adecuados y ser lo menos subjetivos posible. Personalmente, creo que nuestra evaluación en un centro de secundaria y bachillerato no puede equipararse a la de pruebas certificativas y además, opino que el esfuerzo personal y la evolución individual del alumno son factores que quedan totalmente fuera de juego en una prueba externa frente a un sistema de evaluación continua.
Igualmente, creo que me ha abierto los ojos en cuanto al cuidado que debemos tener a la hora de elaborar exámenes, los propios ítems y las instrucciones para la realización de tareas. Hay que pensar bien si el ejercicio mide eficazmente lo que pretendemos evaluar y debemos evitar ambigüedades en las instrucciones. Por otro lado, las tareas de corrección menos objetiva son difíciles de evaluar y debemos intentar seleccionar criterios de evaluación adecuados y ser lo menos subjetivos posible. Personalmente, creo que nuestra evaluación en un centro de secundaria y bachillerato no puede equipararse a la de pruebas certificativas y además, opino que el esfuerzo personal y la evolución individual del alumno son factores que quedan totalmente fuera de juego en una prueba externa frente a un sistema de evaluación continua.
Finalmente, me gustaría referirme al artículo
que publicó Gonzalo en Edmodo sobre el polémico uso de la L1 en clase de lengua
extranjera. La postura predominante entre los profesores que hemos tenido en
este máster ha sido la de una inmersión lingüística total en el aula. Ahora
bien, yo discrepo ligeramente. No creo que se deba rechazar categóricamente el
uso de nuestra L1, pues puede resultar beneficioso (y se relaciona esto también
con la multicompetencia) a la hora de desarrollar estrategias adecuadas
(contraste y similitudes entre lenguas y diferenciación de léxico y estructuras)
para evitar errores generados por la transferencia de la L1 a la L2 (evitando
así fosilizaciones en cierta medida; por ejemplo con false friends y cognates)
o a la hora de comprobar la comprensión de significados (“How do you say X in
Spanish?”). Por ejemplo, en casos en que la estructura gramatical y el tiempo
verbal varían significativamente entre L1 y L2 no veo por qué no podríamos
pedirles una traducción a los alumnos (con el Present Perfect por ejemplo) para
que acaben de asimilar bien el significado y su uso en contexto. A veces el uso
de concept checking questions o time lines para referencias temporales pueden
no ser suficientes. En el artículo se menciona también el sentimiento positivo
derivado del hecho de que el profesor sea conocedor de ambas lenguas y pueda
referirse a la lengua maternal de los alumnos en algunos momentos. En este artículo
esto cobraba más sentido pues los alumnos que se consideraron para la
investigación eran de un país latinoamericano, donde podían sentir una mayor
agresividad por parte del inglés como lengua de poder a la que sentirse
subordinados. Esta consideración no creo que se aplique mucho a nuestro caso
más local, donde solemos ser profesores no nativos que compartimos la L1 de
nuestros alumnos. En cualquier caso, no diría que el uso intercalado de la L1
(no necesariamente de forma oral por parte del docente) sea siempre negativo;
todo lo contrario.
Gracias a todos por vuestras contribuciones, opiniones, puntos de vista y reflexiones, tanto dentro como fuera de clase. ¡Ha sido un placer compartir estos meses con tod@s vosotr@s!
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